miércoles, 18 de diciembre de 2013

18 MESES DE CUTIVERIO DE ANUAL A MONTE ARRUIT


«Parece resultar muy cara la carne de gallina»
Con este demoledor comentario recibió Alfonso XIII la noticia de la liberación de los soldados a cambio de un rescate de cuatro millones de pesetas. Pero, ¿qué sucedió realmente? ¿Se merecían aquellos hombres este despreciable comentario o deberían haber sido recibidos como héroes?
Testigo de excepción del Desastre de Annual, el teniente coronel Eduardo Pérez Ortiz, sobrevive milagrosamente a la matanza desatada tras la capitulación de Monte Arruit el verano de 1921. Protegido inicialmente por una cabila rifeña, acaba siendo entregado a Abd el Krim, sufriendo año y medio de atroz cautiverio junto con un grupo de rehenes españoles.
Este apasionante relato escrito en primera persona por quien fuera, más tarde, alcalde de Ceuta, está a caballo entre el libro de aventuras y el testimonio histórico de primer orden, por lo que ha gozado de justa fama entre los interesados por nuestro pasado más reciente. Tan citado como inencontrable, ahora podemos disfrutarlo en esta reedición ampliada donde se detalla el asombroso periplo de aquellos hombres.
TEXTO SOLAPA
Eduardo Pérez Ortiz une a su condición de militar vocacional el interés por el periodismo directo y sin concesiones; y de ambas facetas se nutre el testimonio que nos deja.
Su participación en el Desastre de Annual y posterior cautiverio marcarían el resto de su vida convirtiendo su punto de vista en insustituible.
Las ideas avanzadas de las que siempre hizo gala, y el interés por mejorar las condiciones de vida de sus conciudadanos, le hacen entrar en política en el grupo Republicano–Socialista, llegando a ser alcalde de Ceuta.
En su madurez, el destino aún le tendría reservado vivir nuestra guerra civil en la que, a pesar de no participar directamente a causa de su edad, pagará el más alto precio con la muerte de su hijo Eduardo.
Tras nuestra contienda, vivirá las estrecheces de la posguerra pero, con el tiempo, también llegará a percibir una cierta mejoría en las condiciones de vida de sus conciudadanos, pues muere en Melilla en 1954, al borde de los 90 años.

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